miércoles, 11 de febrero de 2015

Una ciudad sin amor

El amor todo lo puede; el amor todo lo pudre. Con el 14 de febrero a la vuelta, es raro que la ciudad no esté aún atascada de globitos rojos en forma de corazón leproso, rosas rojas encelofanadas a punto de marchitarse y chocolates con sabor a ébola en los puestos de afuera del Metro por donde atracan. Quizás es porque las cosas en el país no están como para enamorarse y usar ese sentimiento como motivación para salir a vivir la vida, lo cual es por demás preocupante.

Cuando no se tiene nada, cuando se es un ñango mental, cuando falta inspiración para hacer lo que sea, se recurre al amor, porque es un comodín emocional que permite que aquel que no debería tener cara para verse al espejo todos los días al levantarse salga de su casa optimista de que algo bueno puede pasar, por más improbable que eso sea.

Si lo anterior es cierto, el odio y el rencor podrían ser también buenas motivaciones para hacer las cosas con pasión, de hecho lo son, pero uno prefiere usar un sentimiento que en teoría es positivo, aunque esté falsamente representado por objetos que cuestan 15 varos en un semáforo y que se regalan con el único fin de que el objeto amado afloje el tesorito. Es decir, que si en esta ciudad ya no hay amor ni del barato, las cosas comenzarán a ponerse mucho peor porque los chilangos nos comenzaremos a dar cuenta de lo miserables que somos ahora que no tenemos una venda de corazoncitos en los ojos.

¡Chá!

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