La luz verde de una bengala en el cielo se cuela por un espacio entre la cortina y el muro, iluminando parte de la habitación en penumbra. Una posterior explosión hace retumbar al edificio entero, que se tambalea como la moral de una quinceañera alcoholizada. El sonido de vidrios cayendo y las posteriores ráfagas de metralla rebotando por doquier me obligan a tirarme al suelo y arrastrarme en camiseta y con mis calzones de Scooby Doo hacia la salida.
El aire nocturno en la ciudad de Trípoli se colma del ruido de las sirenas que advierten de nuevos bombardeos de las fuerzas opositoras al régimen de Gadafi, mientras a oscuras estrello el dedo chiquito de mi pie derecho contra un mueble invisible en un intento de salir al pasillo y alejarme del peligro que representan las ventanas del hotel donde nos encontramos varios representantes de la prensa internacional.
Al cabo de dos minutos en los que el silencio vuelve a hacerse presente, tomo valor para asomarme al balcón y ver si la capital de Libia sigue allá afuera, ignorando ese escozor en mi entrepierna que indica que tal vez estoy demasiado asustado. Un resplandor a lo lejos sale de atrás de un muro y se dirige hacia mí, estoy muerto.
lunes, 21 de marzo de 2011
Sueños de guerra
Posteado por Mario Manterola a las 9:00 p.m.
Etiquetas: DiarioBasta, Periodismo
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