jueves, 5 de mayo de 2011

Sueños homicidas

Vistiendo su típica gorra, sus pantalones de mezclilla y esa camisa roja que evidencia toda la sensualidad animal que pueden guardar unas chichis de niño gordo y una panza chelera cultivada durante años de echar la hueva, iba Martín Esparza, líder del Sindicato Mexicano de Electricistas, caminando por la plancha del Zócalo, cruzando de una de las carpas de su campamento hacia otra que está frente a la calle de Madero. Solo, tranquilo, desprevenido, lento, vulnerable.

Eran 70 metros los que me separaban de ese cerdo represor. Mi mente se llenó de cálculos, de números, de ecuaciones con signos extraños; a una velocidad máxima de 40 kilómetros por hora, con el viento en contra, un peso de siete kilogramos de lastre en mi mochila y un golpe cuya fuerza equivalente a 500 newtons podría deformar permanentemente un rostro, tenía una oportunidad de vengar a todos aquellos que hemos sido víctimas de sus huestes salvajes, justo en el Día Mundial de la Libertad de Prensa (o sea antier).

Sus más cercanos correligionarios estaban demasiado lejos para intervenir y eran demasiado obesos para alcanzarme después de soltarle el chingadazo y huir del lugar. Pero luego caí en cuenta del posible surgimiento de un nuevo mártir en el inútil movimiento obrero mexicano y me arrepentí.

¡Chá!

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