miércoles, 23 de noviembre de 2011

¡Méndigos güebones!

El parabrisas de la camioneta parecía sacado de las páginas de la sección policiaca de algún diario de Morelia, Juárez o Acapulco. Los restos de millones de insectos parecían esparcidos, embarrados y solidificados en el cristal, producto de los kilómetros de carretera que el vehículo recorrió en el puente de fin de semana revolucionario.

“Ahorita me lo limpian”, pensé inocentemente al arribar finalmente a la Ciudad de México, con la confianza de saber que cada esquina está equipada con un competente grupo de limpiaparabrisas que hasta matarían a su madre con tal de conseguir una moneda, más aún por un trabajo que ameritaría una de hasta cinco o diez pesos.

Avenida Chapultepec era el sitio preciso para aclarar mi visión. Al prenderse la luz roja, se desplegaron como escuadrón antisecuestros de la PGJDF en operativo, buscando algún distraído que no se les negara el servicio con el dedito sobre el volante. Sin embargo, al llegar hasta donde me encontraba esperándolos, vieron la complejidad de su tarea y mejor se hicieron güeyes, pese a que claramente requería de sus talentos.

Uno tras otro le dio la vuelta a los mosquitos hechos caca sobre el cristal y aunque por única vez en su cerda vida no se les tratara con desagrado, se negaron. Al final, terminé yo haciendo su mugroso trabajo.

¡Chá!

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