Caminando en procesión, como refugiados bajo la lluvia, llegamos a un paraje solitario perdido cerca de la costa oaxaqueña, a juzgar por el olor a sal en el ambiente y el piquete de un mosco-vampiro que me dejó una roncha en la espalda del tamaño de una manzana.
Al final de una vereda enlodada, la música de una guitarra se oye a lo lejos en la única casa iluminada en kilómetros a la redonda. Al entrar, decenas de miradas me examinan con un gesto amable en el rostro y es el padre Alejandro Solalinde, defensor de los migrantes en nuestro país, el que me saluda de mano y me da la bienvenida.
Un tamal oaxaqueño con pollo y dos vasos de arroz con leche después, ya siento que quiero a todos los hondureños y salvadoreños del refugio, incluso más que a mis propios paisanos, a quienes veo desde hace seis días de caravana pacifista siguiendo a Javier Sicilia, con un rencor porque ellos sí se la están pasando pocamadre… ¡malditos hippies!
Pasaré la noche en el piso de un gimnasio abandonado y al ver a un pinche gordo en calzones roncando a tres metros de mí, me arrepiento de no haberme quedado en el albergue para migrantes, durmiendo en un catre con una mancha de sangre dejada por algún guatemalteco cercenado por el tren que los transporta hasta la frontera con Estados Unidos.
¡Seguimos reportando!
domingo, 18 de septiembre de 2011
Bienvenida, día siete
Posteado por Mario Manterola a las 9:10 p.m.
Etiquetas: DiarioBasta, L'otrodía, Nacos, Periodismo
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