En la Ciudad de México se contabilizan alrededor de 17 mil accidentes automovilísticos al año, de los cuales un 40 por ciento se producen por ir baboseando en el teléfono celular y otro 35 por manejar hasta la madre de borracho. Del 25 por ciento restante hay distintos motivos, entre los cuales se encuentra, aunque no se especifica en qué porcentaje, el chillar tras el volante.
Motivos para derramar las de Victoria Rufo sobran en esta vida, pero hacerlo cuando se está manejando un vehículo equivale a meterse a la porra ultra con una playera del América, no por un asunto emocional, sino físico, pues las lágrimas nublan la visibilidad y un conductor chillón fácilmente puede confundir la parte trasera de un tráiler con la entrada al segundo piso del Periférico, sin contar con que los topes y los baches se ven aún menos.
El peligro en la noche aumenta, pues las luces rojas de las calaveras de los coches se distorsionan por el agua en los ojos, así como las altas de los que vienen en el carril contrario, creando un efecto como de venir manejando muy rápido bajo una tormenta y sin limpiadores en el parabrisas. Todo lo anterior sin tomar en cuenta que el llanto se produce casi siempre por sentimientos ligados a la depresión emocional, por lo que es fácil querer aventarse desde un barranco como salida a las dificultades... dicen, me han contado, no es que uno ande todo depre o piense embarrarse contra un pesero en Tlalpan.
¡Chá!
miércoles, 25 de febrero de 2015
Agarre piedras... o muera
Posteado por Mario Manterola a las 12:03 a.m.
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