Cinturita y caderotas, castaña clara de proporciones perfectas y 19 años (más me vale), repegándoseme en un baile erótico y sudoroso hasta escurrir, en el que aunque no quisiera le agarraba alguna de sus partes pudendas sin protestar o siquiera poner resistencia, y a pesar de toda esa belleza, de alguna forma no me la estaba pasando del todo bien.
El concierto de Muse, la banda británica que toca bien chingón, fue la confirmación de que ya estoy bien pinche anciano, no porque sea un grupo que oyen en su mayoría quinceañeros conmovidos por letras con cierto grado de cursilería y algo más de fantasía cósmica (sin contar que sus canciones salen en todas las de Crepúsculo), sino porque como que ya me da oso andar brincando con el puño en lo alto y un celular en la otra mano durante los toquines.
Al principio me dejé llevar, tanto que la corriente humana me acarreó hasta enfrente del escenario, desde donde se ve bien guapo el Matthew Bellamy y ya no me pude regresar al sitio en el que los de mi edad disfrutan de esos eventos, que es hasta atrás, a la orilla de la multitud, para poder sentarse y escuchar la música con atención.
Pero ya estando ahí, en el faje colectivo de miles de adolescentes extasiados por la música, no tuve de otra que dejarme llevar, aprovechando el hecho de que yo era el único caliente al que le importaba más ver qué agarraba que cómo tocaban los de los instrumentos, con todo y su pirámide de pantallotas súper acá.
¡Chá!
lunes, 21 de octubre de 2013
Más pinchis días de rock
Posteado por Mario Manterola a las 6:32 p.m.
Etiquetas: DiarioBasta, L'otrodía, Música, Nalgas, Periodismo
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