martes, 29 de octubre de 2013

La mugre chillona

Puedo soportar que me cobren 225 varos por boleto, más el cargo por el servicio del Ticketmaster y una cuota extra por la posibilidad de recogerlos en el establecimiento que más me plazca. No tengo ningún problema con estar dos horas formado en el frío nocturno en espera de poder entrar. Considero que las pequeñas pangas en medio de oscuros canales de fango son algo a lo que desde niño estoy acostumbrado y no me incomodan en lo absoluto. El ponche aguado y los atoles rebajados son algo con lo que puedo sobrevivir dentro de un espectáculo público, pero que me quieran ver la cara de ignorante y naco, eso ya calienta.

El espectáculo de La Llorona, que este año cumple dos décadas de presentarse en el embarcadero de Cuemanco, al sur de la Ciudad de México, es un espectáculo más lamentable que ver a un chemo haciéndola al faquir acostándose sobre vidrios rotos de botella de caguama en el Metro, tanto, que incluso justificaría el trato discriminatorio que se les da a los indígenas en el país.

En una islita entre las chinampas de Xochimilco, a la que llegas en trajinera, se monta una coreografía de danzantes concheros, igual a la que se arma todos los domingos en el Zócalo para los turistas gringos, y esa es gratis, o a la que se rifa un chavo en el semáforo de División del Norte y Torres Adalid para ganarse unas monedas, sólo que en La Llorona es en medio de lucecitas de colores, una pirámide hechiza y embarcaciones a punto de hundirse.

El espectáculo de La Llorona, que se presentará todavía hasta dentro de dos fines de semana en el embarcadero de Cuemanco, es la muestra más clara de que a los mexicanos nos gusta regodearnos en la porquería que somos como pueblo, resaltando las carencias que tenemos y colocándonos siempre en el papel de víctimas, para justificar de alguna manera lo patético de nuestras acciones, en un afán de aminorar las derrotas.

En la trama, si es que a eso se le puede llamar trama, llegan los malditos españoles a Tenochtitlán a saquear todo el oro de los pobrecitos mexicas, que son un pueblo bueno de sabiduría milenaria que los recibió con los brazos abiertos, dispuestos a compartir algo de su riqueza cultural, basada en unas piedrotas, sin saber que se los terminarían agandallando, gracias a una mujer traidora, que pagará con la muerte de su hijo su atrevimiento y por el que penará por toda la eternidad. ¡Ay mis hijos!, grita, aunque sólo se le haya muerto uno.

Para empezar, los que poblaron estas tierras hace 500 años eran unos ojetes, que vivían de someter a los pueblos vecinos y por eso nadie los quería, razón por las que los tlaxcaltecas se aliaron con los conquistadores para derrotarlos. No eran una sociedad avanzada en lo absoluto, pues todavía eran, en esencia, cazadores y recolectores, pero los ponen muy nalga para que uno sepa que sus antepasados no eran igual de patéticos que los actuales mexicanos. En resumen: todo mal con La Llorona.

¡Chá!

No hay comentarios.: