En el bosque de Chapultepec, atrás de la estatua de Gandhi (ese que, según Ninel Conde, es dueño de varias librerías), paseaba yo en busca de un sitio tranquilo en donde inhalar un poco de PVC y tragarme unos cacahuates japoneses con harta salsa, cuando de lo más alto de los árboles algo cayó frente a mí, impactándose en el pasto y entre unos embases vacíos de refresco regados de un bote de basura sin fondo.
Al acercarme a ver, descubrí el cuerpo sin vida de una pequeña ardilla que tal vez dio un mal paso al pasar de una rama a otra, o que quizás pisó el borde pelado de un cable de luz de los que abastecen la colonia Polanco y no sobrevivió al choque.
“¡Oh Dios!”, me dije consternado. “¡Ah cabrón!”, expresé sorprendido. “¡Ah chingá!”, murmuré desconcertado, al caer en cuenta que ese pequeño roedor que se hallaba inerte ante mis pies, era en realidad la ardilla que corre al interior de mi cabeza y que hace que las ideas fluyan al correr en su ruedita. ¡Por eso desde hace un buen rato sólo he escrito puras mamadas!
Mediante estas líneas, quiero extender una oración hacia el cielo de los marsupiales (no pregunten) para pedir por la pronta resurrección de Alvin (así la bauticé en honor al escritor estadounidense Alvin Toffler), en espera de que vuelva pronto y levanten esta huelga de ideas.
¡Chá!
domingo, 28 de agosto de 2011
Requiem roedor
Posteado por Mario Manterola a las 8:30 p.m.
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