Acelero el sábado por la mañana en Río San Joaquín, dejando atrás a los pocos incautos que se atreven a pisar el mismo suelo que yo. La aguja pasa los 100 y el panorama se hace borroso. Ruge el motor y una sensación de poder se apodera de mis pies y la mano al volante.
De pronto, un destello carmesí en el retrovisor me obliga a despegar la vista del frente y la atención en mi bella acompañante. Un silbido de aire cortándose al paso de una bestia infernal se deja oír a mi izquierda y de repente, una masa pastosa, tibia y maloliente invade mi entrepierna, mancha pantalón y vestiduras por igual e inunda con su ambiente de repulsión toda la escena. ¡Me cagué!
¿Quién anda en un Ferrari Manarello en esta ciudad? ¿Quién? ¿A quién se le ocurre humillar a la humanidad en un coche de esos? ¿A qué clase de imbécil subnormal se le puede hacer buena idea sortear baches y topes en un automóvil que va despegado cinco centímetros del suelo? ¿Le echará gasolina Magna? ¿Dejará que le limpien el parabrisas en los semáforos?
Una vez que pasó el impacto de ver ese pasar doble escape doble frente a mí, con su motor italiano V12 sodomizándome por los ojos, y luego de que intenté inútilmente de darle alcance antes de llegar a la Diana Cazadora, decidí no volver a conducir jamás, no soy digno después de eso.
¡Maldito!
lunes, 1 de noviembre de 2010
Cavallino Rampante
Posteado por Mario Manterola a las 11:23 p.m.
Etiquetas: DiarioBasta, L'otrodía
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