jueves, 21 de octubre de 2010

Marcelo sí me madrea

Pies separados en un ángulo de 45 grados, manos en los bolsillos, pecho fuera, cara levantada, mirada serena, boca cerrada, el pelo meciéndose con la brisa matinal de la colonia Buenos Aires, una camisa Ermenegildo Zegna blanca de pocamadre y mi típica actitud de "aprovéchenme ahora que les vivo, perras".

Echando el cool estaba yo, viendo cómo el jefe de gobierno del DF, Marcelo Ebrard, se daba sus baños de pueblo saludando a las señoras a su paso, consintiendo a los niños que se le acercaban y escuchando peticiones como si las fuera a atender, cuando veo que se aproxima hacia mí en su hilera de sonrisas vecinales que pavimentan su camino hacia Los Pinos.

Entre las ñoras que lo idolatraban como si se tratara de José Luis Rodríguez, el Puma, repentinamente y de la nada me extiende la mano a mí, como confundiéndome con uno más de los güeyes a los que les arreglaría la vida con su simple presencia, sin saber que en realidad soy uno más de la bola de reporteros que lo andan siguiendo para ver a qué horas la caga.

El apretón de manos otorgado fue más poderoso que el que me dio hace tiempo el mil por ciento guapo, Shoker (un luchador), en una plaza comercial. Además Marcelo es más alto que yo (mido 1.80m), por lo que igual y sí me anda poniendo en mi madre.

¡Ahí muere!

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