Estaba yo el otro día en el área de artículos súper masculinos del Sanborns de Perisur, buscando repuestos y municiones para mi ballesta con la que cazo inmigrantes argelinos en el desierto de Sonora, al tiempo que analizaba la posibilidad de adquirir una nueva motosierra de 25 caballos de fuerza para tumbar la palmera de Reforma que tanto me molesta, cuando una voz a mi espalda me llamó la atención.
“Güey”, escuché decir y antes de voltear me dije “claro, ya me reconocieron, ahora que tengo una columna diaria en un diario de gran circulación soy famoso y tendré que acostumbrarme a que la gente me pida autógrafos en los lugares públicos”. Pero al ver que esa delgada voz venía de un morro flaquito, con la piel lechosa, peinado de queso Oaxaca y ropa de diseñador se me fue un poco la ilusión de la fama efímera.
“Cómprame unos cigarros”, me decía el baboso ese sin mediar siquiera un “por favor”. En un ataque de integridad le pregunté su edad y al contestarme que tenía 16 con actitud de “mira qué hombresote soy”, decidí mandarlo al cuerno elegantemente con la recomendación explícita de que el cigarro le hace daño, que está muy pinche escuincle para andar jalándole a esos vicios y que a su edad debería estarle jalando a otras cosas más divertidas, que no hacen daño, que son más agradables y los especialistas dicen que hasta educativas.
En fin, me quedé pensando (sí, de vez en cuando lo hago aunque suene imposible) en que hay diferencias en cómo empiezan los chavos a quererse hacer grandecitos, o por lo menos a aparentarlo. Es decir, al güey ese jamás lo veré tomando cerveza de una bolsita transparente con popote afuera de una miscelánea, seguramente ni sabe qué demonios es una miscelánea.
El baboso de Perisur ignora que en cualquier tiendita o puesto callejero puede conseguir una cajetilla de cigarros, o uno suelto en su defecto, sin que el vendedor le cuestione sobre su edad. Es más, afuera de esa plaza hay un changarro frente a los taxis donde pudo haberlo hecho sin ningún problema. No así en las grandes cadenas de autoservicios o en un centro comercial donde existe una política empresarial.
No quiero imaginarlo tratando de comprar mota en una farmacia, o pidiendo preservativos por internet. Por eso los chavos crecen y se vuelven idiotas, con dinero, eso sí, pero imbéciles al fin.
miércoles, 15 de septiembre de 2010
Buena acción del día
Posteado por Mario Manterola a las 10:16 a.m.
Etiquetas: DiarioBasta, L'otrodía
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