Abstraído de toda realidad por culpa del éxtasis reguetonero de J. Balvin y Farruko, a cuya rola no le he puesto atención pero seguro es denigrante de varias maneras para las mujeres que la bailan vehementemente, no me di cuenta a qué horas ni cómo me le metí al conductor de un Chevy dorado, que se deshacía en mentadas de madre insonoras en mi espejo retrovisor, que de no ser por el dedo medio extendido en ambas manos y la inconfundible señal de ‘cremas’, yo jamás hubiera entendido.
Fue un movimiento sutil y dentro de las normas, porque hasta la direccional recuerdo haber puesto, pero hay ciertas personas que se ven ofendidas cuando se ven detrás de alguien sin poder evitarlo con un acelerón más violento, como si sus testículos se encogieran por dejar pasar a alguien. En fin, que ante las agresiones yo no tuve de otra más que sonreír y saludar al de atrás, porque es Navidad y uno sólo puede desear buenas cosas en esta época.
Lamentablemente no todos piensan así, pues cuando el tráfico avanzó el conductor del compacto hizo una imprudente maniobra para quedar enfrente de mí, frenar de repente en la siguiente luz roja y salir del auto para hacérmela de pedo. Yo, con la misma frialdad mi aire acondicionado, bajé la ventanilla para apreciar más claramente su habilidad para conjugar leperadas con amenazas de golpizas inclementes.
Ante la inevitabilidad de algún daño a mi vehículo por sus amagos de patadas de punterazos rompeuñas, salí del auto para contestar su “no sabes con quién te metiste” con un contundente “tú tampoco”, mientras incorporaba mi 1.80 de estatura ante su mirada, que de repente se tornó vacilante, porque además con la ropa que uso ahora para ocultar cuan pasado de tlacoyos estoy, puedo bien aparentar mamadez quiebraculos.
El güey aún así me quería mascar el escroto y antes de que cayera el primer madrazo, le hice ver su desventaja señalando que sobre el toldo de su unidad había cuernos de reno hechos con alambre y fieltro barato de color café, acompañados de un círculo rojo en su parrilla a manera de nariz de Rodolfo, adornos que no sólo son nacos sino que ya hasta pasados de moda están, pues esas madres ya ni los taxistas pantera las usan.
Vaciló un momento y se tomó otro instante para voltear a ver su coche y le cayó el veinte de lo infinitamente ñero de su persona. Así, sin soltar un solo codazo, ambos seguimos nuestro camino.
¡Feliz Navidad!
jueves, 24 de diciembre de 2015
Un cuento de Navidad
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