martes, 6 de noviembre de 2007

¡Qué putiza!

Yo no pensaba decir nada, me cae que nel, porque ¿para qué?, para qué si la información habla por sí misma... y lo hacía muy chistoso, pero hace un rato que prendí la televisión y vi la tremenda putiza que le metieron a Fabián Lavalle, decidí romper el silencio y hablar a su favor.


Cuando cumplí 18 años, vagaba por la ciudad solitario, sin rumbo fijo, no recuerdo la razón de mi tristeza... es más, ni siquiera era tristeza, buscaba algo que no sabía qué, sólo recuerdo haber estado en la calle de Atlixco en la colonia Condesa con la vista perdida, en eso una camioneta se me emparejó, la ventanilla de la parte de atrás bajó lentamente y tras ella dejó ver el rostro sonriente de Fabián Lavalle quién me ofrecía subir al vehículo.

Influenciado por lo que se ve en la tele, me negué rotundamente, no me fuera a violar aquel ruco bronceadotipoquesodepuerco con cabellos rubios. Al ver mi negativa, él descendió de la unidad y me dijo literalemnte "te invito a una fiesta con unas chicas bien buena onda". En ese momento una luz roja parpadeó en mi cabeza y la voz de Chabelo me dijo que dijera NO y se lo contara a quien más confianza le tuviera. Al decir esto, de la misma camioneta bajaron dos nalgas... ¡pero nalgas! como de 16 años, una rubia y otra morena, la rubia de faldita y la morena de chorcito, quienes me reiteraron la invitación. En ese momento comprendí que Fabian es así; confiado por naturaleza y débil a las mujeres, al verme con cara de perro sin dueño por la calle, decidió compartir un poco de su fortuna con un perfecto desconocido.

Quien me conoce segúramente me ha escuchado decir "Vamos por unas güilas, yo invito la primera ronda", he de confesar que esa memorable línea no es mía, la aprendí ese 29 de junio del 2002 al escuchar a mi nuevo amigo Fabián costear una sesión con pirujas.

Ya dentro de la Lincoln Navigator, Fabián le indicó al chofer se dirijiera "a donde siempre", que resultó ser un hotel de por Tacubaya, nada que ver con donde le partieron su madre, éste era otra cosa; alberca, playa artifical, sala, comedor, terraza... otro pedo. Y al entrar la fiesta ya había comenzado, e inmediatamente noté que Fabián y yo eramos lo únicos entre tantas mujeres.

-Toma la que quieras en el bar- me dijo
-Gracias Fabián- contesté
-Tú puedes llamarme Javier, ahora somos brothers

El cuartucho pulgoso del hotel medía como 500 metros, había una DJ encuerada que mezclaba las rolas ¡con las tetas!, en la barra servían unas güeras como de dos metros, en la terracita había dos fuentes de esas chiquitas que tienen unas jarritas y cae agua de una a la otra ¡pero eran de Don Pedro!, en la alberca ya todas andaban encueradas y lo peor es que muchas estoy seguro que eran menores de edad.

Entró "el porras" (porque ya el trato era así) y se apoltronó en el lounge, inmediatamente doce etairas asiáticas saciaron sus bajas pasiones con él. En eso, yo tomaba un pascual de limón y observé cómo varias viejas hacían carreritas de mota; extendían dos rayas de polvo blanco como de cinco metros en el piso, dos de ellas se colocaban con la rariz pegada en el extremo de cada una y al decir ¡Fuera! empezaban a inhalar, la que se acabara la línea primero gana, mientras todas las demás las viteorean y corren apuestas, a la perdedora la nalgueaban con un nopal.

Al ver toda esa depravación pensé "¡Cómo no se han inventado los teléfonos con cámara para grabar esto!". En eso empezó el evento principal; la lucha libre, dos mujeres desnudas con sólo una máscara puesta se iban a enfrentar a muerte, la que ganara obtendría el premio de ser brutalmente poseida por el legendario amante Fabián Lavalle. Yo la hice de referee en una batalla en donde la que vestía la capucha de Blue Panter derrotó a la del Doctor Wagner con una tapatía en todo lo alto.

Oscurecía, estaba más asustado que exhausto. Una negra frente a mi se estaba metiendo pastillas de éxtasis como si fueran supositorios al mismo tiempo que un olor a tapete quemado salía del humo de su cigarro. Platicando con una ucraniana que decía que en su país era abogada, me dijo que Fabián organizaba estas fiestas cada cierto tiempo, que le fascinan las viejas y son su perdición, por eso nunca le niega a nadie la invitación a una fiesta con "chavas buena onda".

Fue demasiado, tuve que salir corriendo de ahí después del octavo, el cual ya fue a la fuerza por parte de una gringa loca. No volví a ver a Fabián después de esa noche, hasta el día de hoy mi ropa sigue oliendo a sexo, se impregnó toda al ser mezclada, incluso después de varias lavadas, con la que usé ese día.

Al ver esas imágenes de un Fabián golpeado, me doy cuenta de hasta dónde su enfermedad por las mujeres llegó. Dios te cuide mi Javy.

1 comentario:

Alejandra Morón Díaz dijo...

Que loco!! Si esta historia es verdadera deberías de publicarla en algún medio de comunicación; si no es cierta, ya no te metas tantas cosas al cuerpo. De cualquier forma lo que la pasó a Fabián es un hecho aberrante, pues nadie tiene derecho a golpear a otra persona. Ojalá y pronto se mejore el Fabirú y regrese a los escenarios a darle al trabajo.

See you later.