miércoles, 28 de mayo de 2014

Tráiganme un Pepto

Si se pudiera definir en una sola palabra la película X-Men: días del futuro pasado, esa sería “diarréica”, porque te cagas, te cagas, te cagas a cada rato de la emoción que te da que pasen cosas en la pantalla, que el Wolverine se abarate culeros con sus garritas de hueso, que salgan personajes de las anteriores películas y de las que vienen, que destruyan centinelas y todo para que al final, al mero final, ese que pasa después de los créditos, cuando la que hace el aseo en el cine ya puso su jeta porque no puede empezar a hacer como que barre hasta que te salgas, te recontra zurres al ver que la siguiente película, la que se estrenará en dos años, reunirá a todos en una pelea contra el enemigo más cabrón que haya salido en el cómic.

La premisa es muy simple: en un futuro no muy lejano todo valió madre, el mundo se acabó porque los centinelas acabaron con todo, gracias a que la humanidad estaba destinada a evolucionar y por eso todos fueron considerados una amenaza. Ante tal pedo, los X¬-Men sobrevivientes encuentran una manera de arreglar todo mandando la conciencia de Wolverine a su cuerpo setentero para que, ayudado por los jóvenes Charles Xavier y Magneto puedan evitar que el creador de los robots asesinos obtenga un ADN que definirá el futuro de la guerra entre especies. ¡Un desmadre!, pero que sirve de pretexto para pelas simultáneas en dos líneas temporales con efectos súper locos, poderes hyper bastardos y Jennifer Lawrence en chichis azules.

La película la dirige Bryan Singer, el director de las primeras dos de los X-Men y un joto acusado de chichifear actores en Hollywood y de hacer la peor película de Superman de la historia, pero Días del futuro pasado le quedó pocamadre por las constantes referencias al cómic, con la adaptación correcta al cine (en la historieta Wolverine muere en el futuro como en la página 3) y porque continúa con una historia que tiene 14 años de haber iniciado, mismos en los que han habido dos Hombre Araña, tres Hulks, dos Superman, dos Batman (contando a Ben Affleck), dos War Machine (el cuate de Iron Man) y 16 muertes de Chespirito, por lo que la que viene cerrará un ciclo que ahuevo que voy a comprar en cajita de edición especial con 12 blue rays a 8 mil pesos en el Mix Up.

martes, 27 de mayo de 2014

Gñiaaaaaaaa

Así como hay europeos que le rinden culto a las películas del Santo, hay güeyes de este lado de mundo que se vienen en seco con las de Godzilla, el monstruo japonés que hace que todo valga madres cuando se aparece a agarrarse a madrazos con otras creaturas radiactivas, aunque eso parezca más un capítulo cualquiera de los Power Rangers. En ambos casos, el encanto de las cintas radica en lo malas que son y bajo esa premisa, la que está ahora en el cine sobre la lagartijota gruñona es la peor que se haya hecho, porque les quedó bien buena.

Se dudaba de la calidad e integridad de Godzilla 2014 porque, basados en el anterior intento de los gringos por apropiarse de la franquicia, los fans temían que Bryan Cranston, el señor White de Breaking Bad, le fuera a robar atención al verdadero protagonista de la historia, pero ese miedo se diluye como a la media hora, cuando se ve que el papá de Malcolm es sólo mero detonante de toda la trama y que la imagen del actor fue incluida en el tráiler sólo para crear expectativa. Si algún humano se puede jactar de aparecer de principio a fin es Ken Watanabe, pero ese a nadie le importa.

¿Querían monstruos? Además de Godzilla salen otros dos, para que los fans no anden chillando. ¿Pedían el rayo laser? Ahí está, con todo y calambre desde la cola. ¿Gruñido? Sí gruñe y un chingo. ¿Edificios destruidos? Los hay y por montones, de hecho, se puede decir que la película recrea todos los daños que provocan las peleas en las japonesas, sólo que desde un punto de vista más realista, sin las maquetas de cartón que se truenan entre chispitas, generando millones de dólares en pérdidas y de víctimas mortales, creando drama que las de culto no tienen, pues se basan sólo en los madrazos. Incluso, para darles gusto a esos nazis del cine de monstruos, hay varios guiños a las clásicas, como la forma de matar a uno de los malos, el movimiento del colazo asesino y hasta la forma en la que desaparece.

Godzilla, la que está en cartelera en estos momentos, es una gran película que emociona, que tiene historia, actuaciones y mucha acción, eso no le ha gustado a los fans porque Godzilla ya no les pertenece, porque esta versión nueva es tan buena que ampliará su base de fans a partir de ahora, arrebatándoles eso que los hacía especiales, porque a quién más le iba a gustar un monstruo que desbarata edificios de cartón bajo los pretextos más estúpidos.



lunes, 26 de mayo de 2014

Sáquenme de aquí

Hopelchén, Nuevo Campechito, Atasta, el Aguacatal, Isla Aguada, Sabancuy, Checubul, Chicbul, y Mamantel, además de Champotón, son nombres de poblados y municipios de Campeche que aún, dos semanas después de que vine a dar aquí, no puedo pronunciar sin cagarme de la risa. De hecho, mientras escribo estas líneas todos a mi alrededor me están viendo con cara de “qué pedo” porque no puedo contenerme la burla. Es más, cuando me agarre la PGR por alguna pendejada, que digan que soy Mario Manterola, alias “El Mamantel”.

Ya me adecué a la vida en la provincia (como si el DF fuera el primer mundo), ya hasta fui al cine y tengo hecha mi rutina de todos los días, que básicamente consiste en dormir con el ventilador puesto, aún de día, para no tener que soportar los golpes que le da el rencoroso sol a mis cachetitos, que se ardieron con una caminata que di el otro día a mediodía.

Bajé una aplicación a mi teléfono celular que me dice cuál es la temperatura real y la sensación térmica, además del pronóstico de los siguientes días y manda alertas en caso de que todo cambie intempestivamente. Pues esa madre apenas la prendí y empezó a vibrar a lo pendejo. ¡No mames! ¿Qué haces ahí?, me preguntó la chingadera, que no entiende en su lógica de ceros y unos cómo fui yo, un intolerante al calor, a dar a este sartén de fonda barata.

35 grados centígrados hace todos los días y de 28 no baja, cuando eso en el DF ya es cagarse de calor. Sin nada qué hacer, me pongo a hacer lo que me pagan por hacer, sin pensar en ir a turistear a esos parajes de chistoso nombre, porque si en Campeche, que es la capital, no hay ni putas madres qué hacer más que ver la vida pasar y esperar por el atardecer, en los pueblitos ha de estar más para meterse un tiro (repito: ya son 30 suicidios este año y es un problema de salud pública muy serio).

No sé dónde queda Fracciorama o la Colosio y no me importa, ya sé dónde está el estadio de Los Piratas, la plaza, los bares y el centro, con eso me basta, no necesito irme a perder a los barrios bajos donde tampoco pasa nada, porque todavía si hubiera el riesgo de que alguien me macheteara me tentaría un poquito ir.

Seguimos informando, aunque no sé ni para qué.

martes, 20 de mayo de 2014

Me la llevo campechana

Una semana ha pasado desde que un repentino ataque de moralidad me dio, secuestrándome para venirme a tirar a Campeche como los plagiarios exprés que después de pasear a su víctima por los cajeros automáticos van a dejarlo al lugar más remoto y culero que se saben... y no me he muerto ni me he suicidado.

Los días son eternos y las noches frescas no tanto, porque amanece como a las cuatro de la mañana y los putos pajaritos te lo hacen saber a gritos que le impedirían dormir hasta un Snorlax (saca tu pinche referencia ñoña), y del sol no me he quejado lo suficiente, sólo espero que no me empiecen a salir manchas en la piel que se conviertan en cáncer, porque aún vistiendo camisas de manga larga sientes cómo la radiación atraviesa la tela para quemarte hasta los vellitos del culo sin piedad.

Alguna vez me pregunté por qué a los tacos combinados se les decía "campechanos", y ahora entiendo que es porque aquí a la gente le vale madres todo, porque eso de vivir en un sartén y sin tener nada qué hacer o a dónde ir los ha hecho tan huevones que les da lo mismo que les pongan suadero, longaniza o reata, total ellos se lo van a terminar tragando.

Si no es casualidad que aquí nunca haya perdido el PRI, porque a estos güeyes les da fiaca hasta cambiar de gobierno, por eso un periódico como el que yo edito es tan textoso y pesado, porque como no salen por el calor y no hay un lugar cercano en el cual invertir su tiempo, los campechanos leen un chorro, más aún si es gratis como La Opinión.

La actitud campechana o campechanía de la que tanto hablan, eso que tiene la gente de aquí que los hace tan apacibles, no es otra cosa que producto de la geografía y el mundo que les ha tocado vivir, porque a pesar de estar frente las aguas cálidas del Golfo y en una zona tan económicamente activa, ni playa tienen para entretenerse un rato, porque el mar no tiene arenita donde revolotear y en vez de eso hay unas piedras verdes cubiertas de algas que amenazan con partirle el cráneo a todo aquel que intente echarse un clavado.

Yo, por mi parte, corro el peligro de convertirme en un pasivo observador de la vida, porque hasta para platicar son huevones estos güeyes, que se sacaron de pedo cuando le grité "pinche negro" al güey que anotó un gol de Pachuca en la final contra el León. No echan desmadre, no platican entre ellos, sólo se vienen a arranar aquí a la redacción porque hay airecito. Lo preocupante es que yo ya la pienso dos veces antes de salir por algo de comer.

Seguiremos informando, si es que no me da hueva a mí también.

viernes, 16 de mayo de 2014

La muerte y el beisbol como deporte estatal

El estado de Campeche ocupa el primer lugar en suicidios a nivel nacional. Incluso, entre las notas periodísticas (no tanto) que me ha tocado ver durante mi cortísima estadía acá, hubo una que me sacó un pedo de la risa acerca de un grupo de religiosos cuya única misión en la vida es andar por las calles viendo quién tiene cara como de poderse meter un balazo en la cabeza o colgarse de la regadera, porque los que usan la puerta falsa abundan tanto como las marisquerías aquí.

Es decir, que lo peor que pude hacer para evitar meterme un taladro en la cola fue venirme para acá, donde es tanto el calor y hay tan poco qué hacer, que las personas prefieren andar jugando a dejar de respirar para siempre en vez de enfrentar su realidad, en la que sólo existe un inmenso mar que ni olas hace, porque no tienen playas con arenita en la cual jugar, y en vez de eso sólo hay una superficie rocosa debajo de la cual hay un chingo de petróleo qué extraer para regalárselo a los extranjeros.

Según me cuentan, llegué en un momento en el que ya no está tan cabrón, porque hace poco acaban de inaugurar una plaza comercial que tiene un Cinépolis al que pueden ir a comprar a Liverpool, a comer un helado de Nutrisa y hasta adquirir artículos deportivos a Martí, lo cual los tiene encantados y alejados de la idea de jalarle a ese gatillo que acaba con todo de un solo madrazo.

No he ido porque me la he pasado en chinga (ajá) y porque cada que avanzo dos cuadras siento que el sol me da un sape lamido en la nuca y para llegar al paraíso del capitalismo salvaje hay que cruzar toda la ciudad, si es que a este pueblo quieto junto al mar al que ni las tormentas tropicales quieren venir se le puede llamar ciudad.

Ahora bien, si esperaba un reto en la vida, hacer un periódico diario en un lugar en el que nunca pasa nada es algo que lucirá bien en mi currículum... claro, en caso de que sobreviva a mis ganas de aventarme de cabeza desde una plataforma petrolera.

miércoles, 14 de mayo de 2014

¿On toi?

Esa pinche incertidumbre de no saber si documentaste bien tu equipaje, de pensar mientras esperas abordar que tu maleta con calzones limpios llegará a alguna otra parte del mundo lejos de tus nalgas, arrepintiéndote de haber dejado ahí también cosas tan importantes como el cargador de tu teléfono celular. Horas después, se te frunce el acá cuando pasan al perrote por la banda transportadora olfateándote tu petaca en busca de droga, que afortunadamente está entre tus calcetines apestosos y hasta la nariz más educada se guacarea con lo podrido de ese queso.

Total que ya estoy en Campeche. ¿Haciendo qué? No tengo ni la más re-prostituta idea de cómo vine a parar aquí, pero el hecho es que al bajar del avión me recibió un gordito con cara de Maya transgénico que me trepó a un camionetón que, si no fuera porque traía logotipos de un periódico, pensarían que me estaban levantando los zetas. Ahora que el cabrón no me llevó a mi hotel a descansar del viaje de madrugada que tuve que hacer, porque para despegar a las nueve hay que llegar a las ocho a más tardar en el aeropuerto, lo que significa morir un poco en el tráfico, sino que me trajo directo a la redacción de los diarios El Expreso de Campeche y La Opinión de Campeche, donde luego luego me presentaron como Don Chingón, como el salvador del periodismo del sureste, el redentor de la verdad y el amo del cabeceo certero, además de señalarme a la competencia que hay que tumbar, entre los cuales no figura ni tantito el diario Campeche Hoy (ándele perros).

Entre los grandes contratiempos de estar aquí, que se cuentan por chingos, destaca el hecho de que no puedo caminar dos cuadras durante el día sin que me suden los sobacos lo suficiente como para bañar a un perro de raza pequeña. El sol es una mentada de madre, desde muy temprano ya te está queriendo matar con pequeñas dosis de melanoma en la nuca, obligándome a andar por la sombrita como señorita con su paraguas y sentenciado a caminar chistoso durante toda mi estancia, porque la parte que más se humedece e irrita es la de las ingles, provocando una mancha en mi pantalón que pareciera que ando zurrado todo el tiempo.

Estoy en un hotel en el centro que está bastante dos dos, pero a partir del domingo tendré que vérmelas por mi cuenta y vivir como los animales, cobijado por la noche y los cánticos de insectos y cuanto insecto rastrero ande por ahí, además de los cocodrilos que salen en la temporada de lluvias a ver a quién le arrancan una pata.

Era esto o darme un balazo. La gente se pregunta por qué me fui y yo también, porque me cuesta aceptar que tan harto estaba de todo que tuve que huir cientos de kilómetros para no ser señalado como aquel que no pudo enfrentar sus problemas con el mundo y consigo mismo, por lo que ahora me mantengo ocupado espantando moscos a pedos mientras duermo, para no morir de dengue o alguna de esas enfermedades que dan en parajes costeños como este.

¡Seguimos informando!

sábado, 10 de mayo de 2014

Y ahí murió

En la Junta Local de Conciliación y Arbitraje, esperando mi turno para firmar mi acta de defunción a cambio de unos cuantos varos, descubrí que en las situaciones más engorrosas las mujeres sacan todos sus talentos con el único fin de humillar al de enfrente y regodearse con la miseria ajena. En ese lugar a donde uno va a finiquitar relaciones laborales con o sin hacerla de pedo abundan, y en gran cantidad, lo que en el argot laboral se conoce como "culito oficinista"; morras en faldas de vestir cortas, tacones altos, pantalones repegados, blusas escotadas, sacos ceñidos, maquillaje pleno y una actitud que grita "¿con que me corriste puto? ¡Ahora ya no verás estas nalgas paseándose frente a ti todos los días!"

Lástima que uno como hombre, y uno no demasiado agraciado, no pueda hacer lo mismo sin caer en la putería descarada. En mi caso, el firmar mi salida del Diario BASTA!, medio en el que dejé los últimos cuatro años en los que podía denominarme "joven", sólo puedo restregarles a la cara el hecho de que perdieron a su mejor pluma (sí, así de pinche mamón ¿y?), su columnista político más leído (lamentablemente) y el único elemento que aceptó la mediocridad del trabajo realizado con el fin de cambiarla y hacer algo digno de un lector que paga hasta cuatro varos a cambio de leer algo con un poquito de dignidad y medianamente periodístico.

A mí, como al Chapo Guzmán, me pusieron. El pretexto fue una pendejada para ejecutar una orden de aquellos que ni puta idea tienen de lo que se trata este negocio y cómo sacarlo adelante, por eso es que el barco hace agua y navega directo a un arrecife de caca del que difícilmente podrá salir. Razones para sacarme a patadas sobraban, pero ignoraron la única por la cual todos en varios años se hicieron pendejos mientras yo le pintaba huevos a la cámara de vigilancia desde la que nos monitoreaba el jefe: que era el mejor que lo que hacía, cualquier cosa que se supone que yo hacía y por lo que cobraba.

En cambio, y a pesar de que no maduré en ningún aspecto personal, yo obtuve experiencia y habilidades que antes no imaginaba ni tener. A pesar de no poder presumirlo demasiado en mi currículum (porque qué oso que tu mayor logro sea haber sido jefe en el BASTA!), lo publicado bajo mi nombre mantuvo un estándar de calidad que fue en aumento constante, que sobrepasó por mucho a los que ahí se manejaron (así es, putos). La satisfacción del deber cumplido, con eso me quedo, y con el hecho de haber demostrado que mi presencia era fundamental para sacar esas páginas adelante, cosa que no le gustó al que se supone que ahí manda, pues su incapacidad para hacer lo que yo hacía hasta con las patas arriba del escritorio quedó demostrada ante todo el equipo, restándole autoridad hasta para mandar por un chesco al Oxxo.

De nada sirve gritarles sus precios a todos los que contribuyeron a mi caída, sobre todo a esa que va dos horitas a la redacción a hacer una paginita y cobra como la gran editora, sólo porque alguna vez se las dio al que manda (el mismo que me tronó). Yo llevo cinco días sin bañarme porque desde mi última jornada laboral no me he levantado del sillón en el que escribo estas líneas cargadas de odio y desesperanza, así que envídienme pinches esclavos.

En cambio, sí me gustaría enumerar aquellas personas que creyeron en mí y que aportaron algo para que ahora tenga algunas ofertas para ir a arruinar otros medios con mi cagante presencia, empezando por Gilberto Barrera, quien no solamente es la persona que más sabe de periodismo de espectáculos en el universo, sino que es un extraordinario líder al cual aprenderle todo y un gran amigo. Chucho Gallegos es otro de esos contactos que presumiré en mi Facebook, aunque también haya contribuido a mi derrocamiento, porque no sólo es el decano en este negocio del chisme barato, sino un anecdotario andante cuyas andanzas me piratearé en el futuro. Mi lista de valedores creció considerablemente, además de que lazos ya existentes se endurecieron tanto como los pezones del Fercho cuando se lo sabrosea el Ferlinguetti, a estos dos ya se les extraña, con todo y sus puterías.

Rafita Machete, el Gemi, el Edson, la Becsa, Eri, el Ernito, el José, el Beto, amigo Bertín, la Fer, la Palomares, el Serch, la Jessi (había como seis), Ariel, el Tarhugo (qué pahó cabróh), el otro Hugo, la Dancing Ai, Acevedo, Joel (ese sí ha de estar llorando por mí), Cachetón, Ingris, el Tontoño, Isra, el Dany grupero, Eder, la Marifer, el Llorch, el Piter y el Inge oaxaco (porque el otro era puto y me bloqueó el Feis), a todos gracias y chido banda... igual y hasta el Mole, pero ese culero al final ya me cagaba.

lunes, 5 de mayo de 2014

Si ya saben cómo me pongo, para qué me invitan

Desde que llegué a dejar el coche a un lote baldío señalado como estacionamiento por una cartulina fluorescente pintada con plumón dije ¡ya valió madres! Considerando que estaba yo en el centro de Ecatepec, desconfié del ruco que me dijo que ahí iba a estar mi vehículo seguro, que no había problema, lo que me hizo salir cada hora a ver si ahí seguía, aún con el riesgo de toparme un comando armado que me confundiera con uno de sus contrarios.

Una boda, una pinche boda y ahí estaba yo, vestido como monigote con ropa que ya hasta brilla por ser la única formal que tengo, sin mencionar que ya ni me queda y todo el tiempo me la pasé tratando de no flexionarme de más para no reventar las costuras en partes estratégicas de mi anatomía. No me pude negar y decir que me cagan ese tipo de eventos, porque, la verdad, me iría peor y ahorita estuviera escribiendo de cómo me madreó una morra de la mitad de mi tamaño.

Mi expresión se veía serena y por momentos hasta alegre, pero el temblor de mis ojos y lo apretado de la quijada evidenciaban que por dentro estaba gritando, con ganas de salir corriendo, mentarles su madre a todos e irme a ver cómo eliminaban al América. Pero ahí me quedé, posando para las fotos y disfrutando de mi arroz con carnitas, aunque sin salsa porque los condimentos estaban del otro lado de la mesa y me caga hablarle a desconocidos. Aguanté heroico el embate del ridículo constante, presente en cada inútil rito tradicional.

¡Uts!